Entrevista a Rafael Soler

Rafael Soler Medem

Quiero empezar destacando un hecho ejemplar que deberían tener en cuenta los escritores jóvenes deseosos de publicar un libro tras otro, de escribir con urgencia antes que leer y formarse adecuadamente, y es que Rafael, después de iniciarse como un escritor exitoso, eso que llaman una joven promesa, dejó de publicar durante casi un cuarto de siglo. Para nuestro autor, él lo ha declarado muchas veces, el camino de escritor se hace leyendo mucho, escuchando, y, sobre todo, con vocación de riesgo. Pero Rafael no dejó de leer ni escribir durante esa dilatada pausa, y ya en la madurez volvió a publicar y afortunadamente no ha parado.

Después de la exitosa publicación de El último Gin-tonic, Rafael Soler regresa a la narrativa con Necesito una isla grande (Ediciones Contrabando, valencia, 2019), una novela de 177 páginas concebida como una road movie plena de humor, ironía, espíritu crítico, ternura y hallazgos líricos. Podría leerse también como una novela de iniciación que no tiene como protagonistas a niños, jóvenes o adolescentes, sino a un grupo de ancianos insurrectos que deciden fugarse de la residencia de ancianos donde están recluidos, dirigida con manu militari por la tiránica doña Asunción. Aunque cómo advierte el autor Necesito una isla grande «no es una novela de ancianos. Esta es una novela de jóvenes, aunque hayan pasado todos de los setenta».

Un golpe de fortuna, pero con un tinte negro, les empuja a emprender la fuga. Pulga sufre un infarto cuando anuncia que la suerte ha llamado a su puerta al ganar el segundo premio de la lotería. Le llega la inoportuna muerte precisamente cuando le han tocado doscientos mil euros en el segundo premio de la lotería. Premio que podrán disfrutar sus amigos, pues Pulga jugaba a medias. A partir de ese momento empieza a fraguarse el plan de huida y es Panocha quien lidera el grupo. La pandilla de viejos libertarios se lanza a la carretera en una furgoneta buscando esa isla grande que simboliza sus sueños olvidados y sus esperanzas imposibles, sus deseos y sus pasiones, sus recuerdos más decisivos. Todos “están en derrota, pero nunca en doma”, parafraseando un verso de Claudio rodríguez que Rafael Soler suele citar. La pintoresca pandilla está formada por Panocha, comandante en jede, y otros cuatro ancianos amigos de Pulga: Coronel, Carmina, Tomás y Rocky. Inopinadamente se unen “a los cinco magníficos” Julián, hijo de Tomás, y Cris, que está haciendo el doctorado y huye de un novio posesivo “alto, musculoso, furioso”, llamado Alberto. Hay otros personajes, digamos secundarios, como Begoña, la enfermera enternecedora que secunda a los fugados, el Comisario Jefe Abraham Deza Otero, o la madame Mari Tere.

El maravilloso viaje hacia el horizonte azul de la libertad está contado con una prosa acendrada de alto voltaje lírico y un ritmo trepidante. Se trata de un canto a la resistencia y un sí incondicional a la independencia del ser humano en una sociedad, la nuestra, que considera a los ciudadanos sujetos de obediencia y rendimiento adiestrados desde pequeños para alcanzar el éxito. De modo que los ancianos, al no ser productivos y, por tanto, no aptos para el sistema se les niega toda iniciativa y son arrinconados, invisibilizados excluidos en residencias de ancianos (eufemismos de asilos) como la “que acoge” a Panocha y compañía

Rafael ha declarado en algunas ocasiones que «un libro es bueno cuando conmueve al lector, cuando le concierne, cuando le golpea el corazón, cuando lo emociona». Necesito una isla grande cumple esas premisas.

Rafael Soler (Valencia, 1947), poeta y narrador nacido en Valencia en 1947, es ingeniero y sociólogo y ha sido profesor de “Urbanística y Ordenación del Territorio” en la Universidad Politécnica de Madrid.

Tiene publicados cinco libros de poesía: Los sitios interiores (1980, accésit del Premio Nacional Juan Ramón Jiménez), Maneras de volver (2009), Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014, Premio de la Crítica Literaria Valenciana) y No eres nadie hasta que te disparan (2016). También es autor de tres antologías: Pie de página (2012), La vida en un puño (2012) y Leer después de quemar (2019).

Como narrador ha publicado cinco novelas más la que nos ocupa, que es la sexta: El grito (1979, Premio Bienal Ámbito Literario), El corazón del lobo (1981, Premio Cáceres), El sueño de Torba (1983) Barranco (1985) y El último Gin tonic (2018), y dos libros de relatos: “Cuentos de ahora mismo” (1980) y “El mirador” (1981).

Ha participado en festivales poéticos y encuentros celebrados en Europa, Hispanoamérica y Asia. Obra suya ha sido traducida y publicada en inglés, italiano, húngaro, rumano, macedonio y japonés.

-¿Cómo has vivido la cuarentena? ¿Cómo sociólogo qué esperas del futuro post Covid-19?

Con expectante resignación, por no haber otra. Una situación nueva para todos, que abría la puerta a muchos interrogantes: ¿he vivido como me propuse vivir cuando todo era posible? ¿Voy/vamos en una dirección equivocada? ¿Pinta el futuro tan sombrío como dicen? ¿Cuándo veré de nuevo el mar? ¿Por qué hablo tan poco con mi padre?

Quizá los escritores hemos jugado con alguna ventaja, pues de alguna manera vivimos a ratos en una especie de “confinamiento voluntario”, cada uno en lo suyo, porque escribir es siempre soledad bien llevada. Han sido unos meses raros, muy de ordenar papeles, revisar proyectos, anotar sensaciones. Hay quienes han escrito casi del tirón una novela, o un libro de versos; otros, y tengo la impresión que son mayoría, han estado más en verlas venir y poner al día lecturas atrasadas.

¿Marcará esta pandemia un antes y un después en nuestras vidas? El teletrabajo, y una creciente presencia digital en nuestras relaciones son fenómenos que vienen para quedarse. Soy de los que piensan que más que cambiar algo, esta pandemia acentuará lo que ya tenemos: brecha cultural, social y económica. Resulta muy descorazonador constatar que la gente no cambia, por mucho que lo invoquemos. El codicioso, seguirá siéndolo; la clase política, tan falta de grandeza, seguirá mirándose su bien remunerado ombligo; los estúpidos seguirán haciendo daño sin un fin concreto, estúpidamente; y la buena gente, que son mayoría, estarán a verlas venir para llegar de la mejor manera posible a fin de mes.

 -¿Cómo surgió la idea y la necesidad de escribir tu sexta novela y por qué el hermoso título Necesito una isla grande?

He frecuentado los asilos desde hace muchos años, y siempre me interesó el trasfondo de esas miradas que te acompañan cuando acudes a visitar a un familiar o a un conocido. Un asilo, como sucede también con los mercados, los aeropuertos y los tanatorios, es un caladero de personajes con su historia. Basta pasar allí un rato y enseguida se cruzará alguien que parece decirte “aquí está mi cicatriz, cuéntaselo a quien quieras”.

Soy partidario de títulos sugerentes, con fuerza y múltiples lecturas. Este lo es. Todos necesitamos una isla.

 -Destaca en la novela, sin menoscabo alguno de los hallazgos narrativos, el intenso lenguaje lírico. Se nota que el autor es un poeta.

Por encima de todo, poeta. Soy un poeta que también escribe novelas, y van seis a la chita callando. La Poesía es el género, todo está ahí, y a ella volvemos en momentos de tribulación, cuando pintan bastos o disfrutamos de una corta buena racha. Dicho esto, nada más gratificante que escribir una novela cuando ya tienes el tono, y puedes construir una historia que te prende y te acompaña al baño, a la barra del bar, al despacho, y así un mes con otro en este perro mundo que te toca vivir, y en el tuyo, que es otro y muchísimo mejor, dónde va a parar, con sus palmeras, y su isla, si la tiene.

 -La crítica ha destacado, y estoy completamente de acuerdo, el tratamiento cinematográfico de los 28 capítulos de tu nueva novela. Ritmo ágil, diálogos chispeantes, ingeniosos, incisivos recursos como flashback o analepsis y referencias cinéfilas. De hecho, está planteada como una road movie. Me la imagino llevada al cine convertida en un largometraje.

Amo el cine desde que vi, en una pantalla al aire libre en Jávea “Cuando ruge la marabunta”. Corría el año de gracia de 1958, servidor tenía once añitos y esa noche volví a casa con claros síntomas de adicción irrecuperable: dormí poco, y a la mañana siguiente estaba apostado junto a la pared encalada donde escribían con tizas de colores en una pizarra el título del día.

Sería formidable que esta novela pasara al cine, flashback incluidos. La novela, deliberadamente, es muy visual, y los diálogos forman parte esencial de su arquitectura.

 -A la pandilla de ancianos fugados de la residencia se suman dos adultos jóvenes creándose una convivencia intergeneracional muy peculiar, pues todos ellos han sentido el regusto amargo del fracaso y les mueve las ansias de libertad y la necesidad de expurgar de rutinas, de inercias, la realidad cotidiana. El líder del grupo, Panocha (que no por casualidad se llama Liberto) dice que «la vida hay que vivirla a la manera de los cuerdos de atar».

Panocha sabe de lo que habla. Si supiera qué significa, se tatuaría en la muñeca Carpe Diem. Con algo de pasta filipina en su cartilla, Panocha tomaba las de Villadiego, “ahí os las den todas”, para largarse lejos de esa bruma de resignación que envuelve cada tarde a la Residencia. Panocha es un rudo de corazón sensible, un soñador en expectativa de destino, un inconformista genético. Y cuando por fin le toca un buen pellizco a la lotería decide tirar por la calle de en medio, y llevarse a los suyos para salir al mundo antes de que les saquen del mundo, como ya pasó con tantos otros que dejaron vacía su silla en el comedor.

Y luego están los jóvenes, Cris y Julián. Cris sube a la furgoneta encantada con dejar por unos días a su novio Alberto, tan pesadito, tan irascible, tan aquí te pillo aquí te mato. Además, su nuevo y fulminante ligue Julián pertenece a la categoría de cuarentones inseguros, por no decir cuarentones que no saben lo que quieren pero lo quieren todo, y ella está lo que se dice harta de yogurines con pulserita en la muñeca y barba de tres días.

Con estos mimbres no resulta difícil hacer un cesto.

 -A mi parecer, Pulga es uno de los personajes principales de Necesito una isla grande, pues su muerte (irónicamente la suerte de la lotería le sonríe cuando la Parca ya está de camino) propicia la rebelión de sus compañeros, que con el importe del premio deciden escapar de la tiranía doméstica de la residencia. Pulga muere en el primer capítulo, pero es un personaje omnipresente. Jesús Zomeño dijo en la presentación de tu novela en Orihuela que Pulga es el auténtico protagonista del libro, pues «está detrás de todo lo que hacen los demás. La novela, en el fondo, es el relato de cómo reaccionan todos ante la muerte de su amigo».

Le estoy muy agradecido a Jesús, compañero de editorial y magnífico narrador. Y pocos como él han visto la importancia de Pulga en esta historia.

Si se hiciera algún día la peli, que ojalá, descubriríamos que Pulga tiene bien visible en su cuarto un poster de Carlitos y Snoopy, junto a otro de Úrsula Andress saliendo del agua con su bikini blanco en “Agente 007 contra Dr. NO”. Snoopy es un perro sabio, que sabe dar la respuesta apropiada a Carlitos cuando dice “Un día nos vamos a morir”, contestando rotundo “Cierto, pero los otros días no”. Es un poster refugio, un poster cinco tenedores de los que te hacen la vida más fácil, aunque la vida se escape por todas las costuras, un poster al que acude Pulga cuando pintan bastos, señalando con su índice la frase de Snoopy para tomar impulso: “hoy parece que no, compañeros, así que acabemos este oporto que está diciendo bébeme”. Viéndolas venir, Pulga es el artífice de un pacto a tres con Tomás y Coronel: el primero en desfilar tendrá al menos el consuelo de sentirse acompañado por los otros dos hasta su definitivo adiós en el cementerio, sin excusa posible, ni remilgos ni llantinas. Encontramos a Pulga ya tramitado en la página dos de la novela, pero seguirá muy presente hasta el desenlace final, cuando da la bienvenida a Tomás en su tránsito:

– No intentes levantarte, muchacho – pidió Pulga con su voz de hidrógeno en estado puro.

– Coño, Pulga.

– Reserva tu fuerza, compañero. El primer día siempre es el peor.

 Pulga, dicho queda, es mucho Pulga, y sus amigos subirán a la furgoneta haciéndole un sitio de honor en sus conversaciones.

 -También hay dos personajes de gran relieve que aparentemente tienen menos protagonismo: Carmina, escritora vocacional que tendrá especial relevancia en los capítulos finales, y el exboxeador Rocky, púgil fracasado con 5 victorias e innumerables derrotas.

Afable, discreta, con sentido del humor, Carmina llegó hace unos años a la Residencia, entablando enseguida amistad con Panocha y Tomás. Buena conversadora, prefiere escuchar a los demás, llevando el hilo de la charla con pequeños asentimientos de cabeza, “cuéntame, qué interesante”, y dejando siempre para otro día cuanto a ella se refiere. Sabemos que fue profesora, que vivió por algún tiempo en Lyon – ¿qué hacía una joven Carmina en Lyon? -, y que algún novio pasó con daño por su vida. Carmina escribe mucho mejor que Soler, dicho esto sin ánimo de molestar a nadie, y las diez narraciones que se recogen en la novela cumplen tres fines distintos: ayudan a completar la definición de los personajes, introducen reflexiones que enriquecen la trama principal, y dan las claves de las dos historias que llevan en las entretelas de su corazón Tomás y ella misma.

Poco dado a la charla por no poner en evidencia sus retardos verbales (6 segundos para preguntas inesperadas; 15 si alguien, desconsideradamente, le interrumpe; 30 con el estómago vacío y ni siquiera un plátano que llevarse a la boca) Rocky asiente cuando le hablan con leves movimientos de cabeza, que quisieran ser cómplices aunque resulten para sus interlocutores desconcertantes, posiblemente porque también llegan con retardo. Superviviente, solitario, de corazón sencillo y muy necesitado, Rocky sube a la furgoneta con ilusión, aunque no sabe muy bien por qué.

 -Juan Carlos Lozano, en el blog Frutos del tiempo escribe los siguiente: «Habrá quien diga que Necesito una isla grande es una novela crepuscular, aunque para mí es un relato luminoso. La vida es también el tema principal en la obra de Rafael Soler. Como ha dicho alguna vez nuestro autor, ya que “nos nacen” y “nos mueren”, por lo menos seamos soberanos de nuestro destino».  Estoy de acuerdo con Juan Carlos. Creo que has escrito una novela muy vitalista, llena de humor ironía y ternura.

También yo estoy de acuerdo con Juan Carlos, y reconforta saber que tan buen poeta haya visto en la novela, por así decirlo, un canto a la vida. Después de todo, vivir es un asunto personal, con sus aciertos y errores, y solo cuando llegas das por cumplido lo vivido. Y en eso estamos todos.

 -El viaje de los fugados no es muy largo, unos trescientos kilómetros de recorrido en una furgoneta por una geografía indefinida. ¿Un viaje tan corto da para mucho, ¿no?

La duración de un viaje se define, sobre todo, por su intensidad. Hay viajes muy cortos que duran una vida, y viajes largos que pasan de puntillas sin apenas dejar huella. Esta novela cuenta el viaje que todos deseamos hacer, un viaje a la libertad, al cambio de vida, a ese loft con vistas que nos espera no sabemos dónde y para que todo sea posible.

 -En nuestra sociedad del rendimiento no hay muchas novelas que reivindiquen el papel de la tercera edad, ¿estás de acuerdo?

Pudiera ser, no estoy seguro. Pero ojo, esta no es una novela de ancianos. Esta es una novela de jóvenes, aunque hayan pasado todos de los setenta.

 -Siempre has escrito, pero estuviste veinticinco años sin publicar y tu silencio creo que es un ejemplo a tener en cuenta en estos tiempos de sobreabundancia de autores y autoras prolíficos obsesionados con publicar. Sin embargo, últimamente estás en racha. En 2018 regresaste a la literatura con tu novela El último gin-tonic, y a esta le han seguido tu magnífica antología de poemas Leer después de quemar y la novela que nos ocupa.

Digamos que ahora toca poner al día con ISBN aquello de lo escrito que, quizá, merezca perdurar.

 – Reconforta saber que hay narradores como tú que no buscan que sus textos sean guía única de rendimiento comercial, y editoriales independientes y selectas, como la valenciana Contrabando, que apuestan por la buena literatura sin plegarse a la dictadura del mercado literario.

Un aplauso para Manuel Turégano y para su equipo. Necesitamos editoriales rigurosas, atentas a cuanto se escriba con rigor, con lenguaje, con riesgo.

 -Actualmente eres vicepresidente Vicepresidente 1º de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE). ¿qué importancia tiene esta asociación? ¿Cuál es su papel?

 Estamos centrados en la defensa de los derechos del escritor, y las posibles mejoras a nuestra situación actual y la percepción que de nosotros tiene la sociedad. Compatibilidad de percepción de ingresos por derechos con la pensión, redacción de un Libro Blanco que define los principales problemas al día de hoy de escritores y traductores, representación en foros nacionales e internacionales son algunas de nuestras principales ocupaciones.

 -¿Tienes próximos proyectos literarios?

Sigo escribiendo, siempre desde un saludable desconcierto. El tiempo dirá.

 

Autor de la entrevista: José Luis Zerón Huguet

Publicada en: `Las nueve musas. Artes, Ciencias y Humanidades´

Rafael Soler, el viaje que todos deseamos hacer